Friday, November 10, 2006

II

No, ella no cogía ningún cuchillo, como se suele pensar de los esquizofrénicos profundos. No. Ella sencillamente tenía momentos de lucidez increíbles. Era como si tuviera el cuatriple de tiempo en comparación al resto de los mortales para pensar y reflexionar sobre lo que iba a decir. Era como si estirara tanto el tiempo que pudiera comprender sus movimientos, y a modo de silogismo, las intenciones de éste.

Joyce era muy, muy pelirroja. Su cara estaba completamente salpicada de pecas que llamaban a la anarquía y al descontrol. La más perfecta desorganización reinaba en su rostro, un caos exquisito que significaba al final orden sin igual. Las facciones, expresivas todas ellas, no dejaban indiferente a nadie. Unos ojos entre meloso amarillo y helado metálico permanecían siempre escrutadores, incansables y devoradores de la sorpresa. Hacían a cualquier ser mínimamente racional sentirse desnudo. Unos labios de color fresa, finos en apariencia pero profundos en su detenido análisis, daban a unas encías que soportaban estoicas unos dientes como filones de oro blanco. Brillantes y pequeños cuando tocaba. Grandes y enloquecedores cuando era el momento. Quijada nórdica llena de decisión y nariz vacua, frívola como ella, acabada en punta medida. Y su melena fuego desfilaba lisa y decidida por un cuello de cisne espectacular, y estallaba en los hombros, provocando giros y enredos aleatorios que nunca se acababan de consumar, pues su cabellera fuerte, transpirable y sana, era reacia a los enredos totales.

De figura escandinava, homenaje a las formas femeninas más tribales y altivas, utilizaba su cuerpo como si fuera sencillamente la extensión de su cabeza. Como si fuera una blusa, como si fuera un vehículo, o como si fuera sencillamente un medio más que un fin.

Llevaba dos años ya en Walter&Thomason, y había pasado de rellenar los bidones de agua y servir cafés, a ayudar directamente a algunos abogados en pequeños casos relacionados con hurtos y allanamientos de morada. Actualmente trabajaba con Gerard en la defensa de un vecino del barrio de Artemisa, acusado por otro de haberle reventado las ventanas de la casa a escopetazos.

Joyce, aparentemente, no daba la sensación de ser tan lúcida como cuando se manifestaba la enfermedad. Era muy tímida y a menudo se contenía en exceso a la hora de aportar sus argumentaciones sobre cualquier caso. Si bien no era tan espectacular y mortífera su palabra como cuando andaba “poseída”, sus razonamientos siempre eran dignos de ser escuchados y a menudo aportaban luz acerca de nuevas-posibles hipótesis, móviles o vías de actuación dentro de cualquier investigación.

Daban ya las siete de la tarde y Joyce salía, como cada tarde de trabajar. En esta ocasión no la acompañó ningún colega hasta la avenida Humpfall, porque todos se debían quedar hasta tarde ultimando detalles acerca de sus casos. El bufete andaba muy requerido últimamente… y eso no era una buena señal para el mundo… amén que no lo era, pensaba Joyce.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

wow

1:24 AM  

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