Tuesday, November 04, 2008

Mujer sureña

Está todo velado, como si la neblina fuera parte normal de la percepción.
Después, me coloco en la punta del tejado, y me pongo a lanzar besos a la luna.

Cuantas veces ha rehuido. Cuantas tonterías le he escrito.

Pero hay veces que no me canso de imaginar que tú vas a ser la definitiva. Que vas a entrar de pleno en mi vida y me vas a destrozar. Vas a hacer que me derrumbe como un castillo de arena en la playa. Con la misma facilidad que lo haría cualquier ola sosegada pero obcecada.

No puede ser que cada libro tenga un final sietemesino, porque igual que regreso siempre al lugar del verano, también ha de haber un origen en mis ilusiones que dibuje tu cara.

Así que voy a seguir tonteando detrás de las mismas palabras de siempre, esperando que por fin, pueda mirar los setos a los ojos.
Entonces te invitaré a que nos sumerjamos en la piscina de la urbanización. Y nada más me va a importar, nada más me va a importar que lo que tengo delante y lo que está por mi.

Nada más que me desconcentre, ni un ápice de lo que merece la pena fuera de lo que mis manos abarcan,

Y tras esa melodía, todas las rutas secundarias, los parques naturales, los rastrillos y las palas, el carpito, la red que contiene tres pelotitas para jugar a palas, la librería en donde compré la vanguardia, el mercado de al lado de la pista alquitranada, en donde las canastas de metálica redes emergen de la nada. El parquing maldito y misterioso, las bh's en el trastero, el cuarto de mis primas, ahora es el esclavo de nuestro bao, las cortinas ya no sirven para protegerme de las cintas satánicas, o del castillo encantado. Solo sirven para recogernos de todo lo que hay ahí fuera...

Y después, después, nunca me canso de escribir mientras te tengo en la cabeza, y solo quiero seguir y seguir, y no me cansaría de buscarte entre los adoquines de la calle que hay de camino al paseo marítimo, no me cansaría de invitarte a entrar a cualquiera de esos bares en donde jugábamos a ser eternamente jóvenes, te intuiría detrás de cada montón de hamacas, o te ligaría irremediablemente a la caída de la luna sobre el mar. Puede que incluso, incluso, te fueras allí, con la barcaza que siempre ha estado hincada cerca del club de los pescadores, puede que me ahogara detrás, y puede que no me importara en exceso.

Total, aquí, uno se cansa de pensar y pensar.

Al final, uno solo tiene ganas de contar lo incontable dentro de tu cuerpo y darse completamente.

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